sábado, 6 de octubre de 2007

El espejo de la noche

Tengo que hacerlo, tengo que reconocer que soy hija de la noche. Y que me miro en ella -tengo vocación interpretativa-cada día, como si fuese a ser, en cuanto llega, la última. A decir verdad he renunciado a tener compañía. La noche es para el sueño, dicen. Argumento que no comparto, claro. Cuanto escribo -que por mi profesión y vocación es mucho- nace de la noche. Cuanto leo viene de la noche. Cuanto amo lo miro en el espejo de la noche. No puedo negar que, para algunos, la noche puede ser también matriz de dolor, desazón y desesperanza. Sin embargo hay quien afirma que la noche, sólo ella, es verdadera; y que el hecho de que de ella se excluya la luz es porque no tolera el continuado embuste de la existencia. Sobre esa oscuridad, gracias a esa oscuridad, enciendo la pirotecnia de mi alfabeto para deciros a vosotros, los durmientes, que pienso y escribo hoy para vosotros. Que veo desde mi ático las luces apagadas en derredor. Pero he aprendido a leer en vuestros ojos cerrados. El mundo es hoy -otra noche más- un tic-tac de relojes en las sombras a los cuales doy cuerda por vosotros. Para que, al despertar, no halléis, en ese rayo de luz que viene de lo alto, la soledad del hombre, la oficina que hace nudo en la esperanza del hombre. Para que nadie oxide el aire al poner el priner pie en el asfalto. Y para que, en el ir y venir por el taller de las palabras, las "multitudes interiores" (1) cobren vida sobre el gris metalizado de las fábricas.




(1) Ramón Gómez de la Serna


Yo soy la oscuridad/ que seduce al lenguaje/
para saber que escondo/al otro lado de mi voz.

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